EL MIEDO, ESA HERRAMIENTA DE MARKETING
No me gusta meterme con los compañeros de profesión. En general, no me gusta meterme con nadie, salvo conmigo mismo. Ahí voy a saco.Pero de un tiempo a esta parte me están amargando mis mañanas al volante que estaban enganchadas al buenrollismo cañero de El Pirata y su Banda, en Rock FM. ¿Quién? Secúritas Direct y sus alarmantes anuncios de alarmas.
Ya saben, locutores ñoños donde
los haya, interpretando el papel de propietarios pijos con casa de verano en la
costa o con negociete minorista en el barrio, a quienes los ladrones arruinan
las vacaciones, o no les dejan dormir porque entran a robar en sus casas de la
urbanización de las afueras, justo cuando les había cogido el plácido Morfeo.
El miedo es un poderoso argumento
de venta. Lo usa de una manera impúdica Secúritas en sus anuncios y a fe que el
ROI de esas acciones tiene que ser más que positivo, visto que el plan de
medios perdura y se expande a otros medios como… ¡como el mismo miedo!
Es curioso ver que nos
escandaliza un cuerpo en paños menores mientras toleramos sin ningún complejo
la manipulación por el miedo en el campo de la publicidad y en nuestras vidas
en general: el uso político, laboral y social del miedo es aplastante. Incluso
el ejercido en el ámbito familiar es consentido y tolerado como normal.
El prestigioso antropólogo
ourensano Juan Manuel Fernández López me presta su definición del miedo: “Las emociones son reacciones sicofisiológicas de los organismos a
estímulos. El miedo es la emoción provocada por la percepción de un peligro,
riesgo o amenaza y que induce en el organismo conductas preventivas o de
alejamiento.”
Y añade: “Los
miedos básicos (a la muerte, a lo desconocido, a las fuerzas de la naturaleza,
al "otro"...) han sido esquivados por los humanos mediante
explicaciones: relatos, mitos, religiones. Actualmente, esas explicaciones han
dejado de ser creíbles, y sentimos un miedo difuso; a los miedos básicos se han
añadido además el miedo a la pérdida y la exclusión (trabajo, salud, pareja,
amistades, aceptación social). Es posible que en este momento los humanos
sintamos más miedo que en cualquier otro momento de la Historia.”
El problema, como casi siempre,
es la dosis. Y la de Secúritas más que dosis es sobredosis.
El marketing del miedo, fear marketing para los norteamericanos
que en estas cosas del marketing algo saben, busca manipular la voluntad del
cliente potencial para conseguir que realice una compra en respuesta a un
estímulo: el miedo. Ni más ni menos. Es una estrategia de mercadotecnia para
“colocar” bienes y servicios a cambio de euros, cuantos más mejor.
O dólares, en el caso de los
norteamericanos.
Vender siempre comporta un cierto
ejercicio de manipulación de la voluntad. La publicidad no es otra cosa que
persuasión. Pero el miedo que vende se convierte en la triste ilustración de
una sociedad timorata, incapaz de ejercitar la libertad.
Por eso me cabrea la machacona
cantinela de “¿y si nos roban en el chalet de la Sierra, o sea?” y las impostadas voces de esos locutores que se ganan un
sueldo de miseria (en el mejor de los casos) grabando cuñas publicitarias que
ni ellos mismos se creen.
El miedo ha vendido seguridad
privada, pero vende de todo. El miedo a La Guerra Fría vendió búnkeres de
hormigón y latas de kilo de conservas, sobre todo a norteamericanos (qué
curioso). El miedo a la soledad vende mascotas, el miedo al paro vende
matrículas en las academias de oposiciones, y el miedo al aburrimiento vende
puzles.
Hay otros miedos mucho más
inmorales: el miedo a la enfermedad de un hijo ha hecho proliferar la venta de
bancos de células madre. Marcas como AXE han cimentado su éxito en el miedo al
fracaso y sin embargo son juzgadas por la utilización de la mujer como objeto
manipulable. Cuando se es inmoral se es, full time.
El marketing del miedo nos hizo
comprar cantidades ingentes de vacunas contra la Gripe-A a laboratorios multinacionales
con sede en Suiza que reparten jamones por los despachos gubernamentales de
medio mundo. Tan ricamente, sin que nadie se sonrojase (especialmente en
España, donde no nos sonrojamos por nada). Y con las bendiciones de la OMS.
El DAESH, afortunadamente en
horas bajas, ha campado a sus anchas en Internet, utilizando el marketing del
miedo para recaudar almas, voluntades, panolis, pobres de espíritu, y para
vender camisetas y banderas negras con proclamas de odio. Inmoral sin duda.
Su contraparte utiliza el miedo
para llenar las urnas de votos, lo que tampoco es para sacar pecho.
Vivimos en la continua olla del
miedo, cocidos a fuego lento, condimentados de vez en cuando para no
acomodarnos, deseosos de protección, deseosos de pagar por ello la cantidad que
haga falta. Es algo así como un secuestro donde el rescate se paga con un abono
mensual. Vamos, ni más ni menos que el Netflix de la tranquilidad.
El problema es que ese peaje nos
inhabilita, nos entorpece y desentrena para hacer frente a las amenazas reales
cuando surgen. El cambio, el imprevisto, el fracaso se viven peor si siempre se
ha estado protegido. Al igual que el cuerpo humano se habitúa al antibiótico
hasta hacerlo inoperativo, la sique se acostumbra a la protección hasta
hacernos mansos e incapaces.
Ya saben, si algo malo les
ocurre, eviten enfrentarse con el problema, eviten tomar decisiones propias, y,
sobre todo, llamen al 902.
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