PONGA UN “SOBRINITY MANAGER” EN SU EMPRESA
PONGA UN “SOBRINITY
MANAGER” EN SU EMPRESA
Hace unos días la revista Telva protagonizaba un sonoro patinazo en redes sociales: en un arrebato de agilidad e ingenio, publicaba un más que desafortunado tuit: “Tras el atentado en su concierto en Manchester, repasamos los looks icónicos de Ariana Grande”.
Difícil meter la pata de una
manera más torpe en 140 caracteres, enlace a la página web incluido. Por
supuesto, las respuestas fueron inmediatas (alguna para enmarcar) y la revista
tuvo que retirar el post y pedir disculpas. El daño ya estaba hecho.
Desconozco si es el caso de
Telva, podría presumirse por la frivolidad del tuit, pero lo cierto es que muchas empresas confían su comunicación en
Social Media a un “sobrinity manager”. Es decir, al sobrino que presumiblemente
sabe mucho de redes sociales porque tiene perfiles en unas cuantas.
En ocasiones la irresponsabilidad
no es contratar al sobrino, sino a un inexperto junior que haya cursado alguna
formación online gratuita de community manager. Esta opción va siempre
acompañada de un sueldo de los que no aceptan los becarios franceses, por
ejemplo. Si alguien duda, que busque ofertas de community manager en cualquier
portal de empleo, a ver cuántas superan el mileurismo raspado.
El término “sobrinity manager” no es mío, conste por escrito. Lo leí (y desde entonces lo adopté) por vez primera hace unos meses en el portal puromarketing.com, en un artículo de Jesús Rodríguez, que colabora en Chile con McCann Erickson (agencia de publicidad global con oficinas en 120 países). Vamos, que está visto que al otro lado del charco le dan tanta importancia a la reputación corporativa como a este lado.
Porque de eso se trata: de la
reputación corporativa de la empresa. Cuesta un esfuerzo enorme construirla
cada día y puede desmoronarse en un momento. Que se lo digan a Banco Popular. La
reputación corporativa, como la marca, tiene un valor. Son euros, para que nos
entendamos.
Todos sabemos cocinar algo, al menos
un menú de subsistencia, pero eso no quiere decir que seamos cocineros, y
ningún restaurante que quiera mantener vivo su negocio nos pondría a cocinar si
no tenemos la formación, cualificación y experiencia mínima. ¿No es cierto?
Ahora apliquen la receta a las redes sociales de su empresa: la mayoría de
nosotros tiene perfiles en una o varias redes sociales. ¿Significa eso que
todos estamos capacitados para gestionar este canal de comunicación en una
compañía?
No.
José Mota lo diría mejor que yo:
“si hay que ir se va, pero ir “pa ná, es tontería”. Ese sketch, a la altura del
de las empanadillas de Móstoles de Martes y 13, resume perfectamente la
situación de una empresa frente a las redes sociales. No es cuestión de “estar
o no estar” porque se quiera o no, todas las empresas están voluntaria o
involuntariamente. Es cuestión de en quién ponemos el altavoz de la compañía.
Pensemos que es un altavoz con
una audiencia potencial de miles de millones de personas (sólo Facebook superó
los 2.000 millones de usuarios en mayo de este año) que además mantienen
perfiles en una media de 5,5 redes sociales.
Así que si es usted empresario y
está pensando en confiar a su sobrino la presencia de su compañía en redes
sociales, acuérdese de Telva y de José Mota. Busque alguien capacitado e
implíquese con él en la comunicación. Y por supuesto, páguele un sueldo digno.
La reputación, como la confianza
del cliente, es un frágil vaso de cristal. Si cae al suelo resulta muy
complicado recomponer los pedazos.
Esta línea de torpeza en grandes
marcas ha tenido otros sonoros episodios recientemente. Pepsi se marcó un buen
traspié en un intento lamentable de simpatizar con las luchas sociales.
En el spot protagonizado por
Kendall Jenner, hermana de Kim Kardashian (me voy a google a ver quiénes son,
disculpen) la primera, en un alarde de osadía, se acerca a un policía y le
entrega una lata de la bebida. Lejos de empatizar con su público, el anuncio
fue criticado en redes sociales hasta que finalmente la marca americana lo
escondió en el desván de las pifias.
Vano intento el de esconderse
después de haber tirado la piedra.
Sin ir tan lejos, otra marca de
bebidas, en este caso española, ha tenido que retirar un anuncio que se
prometía emocional y pedir disculpas públicamente por contar la historia de
unos músicos que trabajan gratis (a cambio de cerveza), lo que indignó a
músicos y otros profesionales de las artes escénicas que llevan años
sobreviviendo al desprecio de los poderes públicos, el acoso de los impuestos y
al creciente desprecio e incultura social.
Otra pifia cinco estrellas.
De tal tamaño son estas torpezas
que ya se ha creado la categoría “badvertising” como estrategia de marketing,
entendiendo que grandes marcas crean a propósito malos anuncios para que estos
se hagan virales y alcancen audiencias millonarias en la red. ¿Tiene sentido
hacer un trabajo mal a propósito para que sea visto por muchos potenciales
clientes?
El último vídeo publicado por
Pepsi en su canal de Youtube tiene 3.791 visualizaciones (lleva una semana
publicado). El spot “retirado” de Kendall Jenner en su versión extendida, llega
a las 6 millones de reproducciones. Es decir, una audiencia más de 1.500 veces
mayor. Sí, muchos dólares en aluminio.
Difícil imaginarse la reunión de
briefing entre la empresa y la agencia de publicidad, y el director de
marketing diciendo: “me parece muy bien la propuesta, muy emocional, pero lo
que queremos es meter bien la pata, en fin, cagarla bien cagada”. No lo veo, la
verdad.

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