DILE AL ROBOT QUE APAGUE EL FUEGO


Mis antiguos compañeros y sin embargo amigos de Abanca (donde también fui becario…) han tenido un final de febrero complicado. Sólo puedo imaginar un poquito la tensión y estrés que han soportado estoicamente, hasta resolver una situación bastante compleja.

Desde el punto de vista del tratamiento de la crisis, la comunicación tuvo un papel y perfil demasiado bajo, para mi gusto. Pero es fácil decirlo desde la barrera, tener con ese marrón encima de la mesa es una responsabilidad XXL que no le deseo a nadie.

Con twitter ardiendo, el “estamos trabajando en ello” es tan pobre como un DELAYED en el panel de salidas del aeropuerto. Faltó transparencia (aunque hay cosas que mejor no saber) y faltó implicación de alguna cara visible de la empresa, tan dados a hacerse la foto para recibir honores y medallas y tan poco para poner la mejilla.

La inversión publicitaria presente y futura, afortunadamente para la reputación de la entidad, hizo que la prensa descafeinara la noticia y la redujera a módulo a pie de página disimulada por el titular donde se leía en gordo Liberbank. Hábil, pero vergonzoso por parte de la mayor parte de la prensa gallega más relevante que, como siempre, entre ética y euros se tira a lo segundo. Supervivencia obliga.

A los trabajadores de Sistemas les tocó la hartada de café remando en galeras, y a los clientes armarse de una paciencia infinita, compensada con un raquítico “ya, si eso, vayan al cajero de la competencia y les devolveremos la comisión”.

El becario fue por la oficina porque tenía un pago urgente que hacer. Visto el mogollón y cómo cotizaban los números de turno decidió que para pagar siempre hay tiempo (salvo que el acreedor sea a Hacienda).
Cinco minutos en la oficina, cuando aún no funcionaba la banca electrónica y la app estaba bajo mínimos, más inestable que la moral del impresentable Arcadi, bastaron para recordar al más insensible auditor-optimizador la importancia de las personas.
Porque fueron las personas las que apagaron el fuego, las que hablaron con los clientes, las que mantuvieron la calma, las que hicieron las operaciones de que no eran capaces las máquinas, en definitiva, las que evitaron un escenario que, a poco que imaginemos, podría antojarse caótico.
Dicen que los robots nos servirán cafés con leche pasado mañana. El mío se lo pueden meter por el tubo de escape, con todos los respetos. Y no me llamen antiguo. La robótica ha aportado y aportará grandes progresos y avances en múltiples campos, sin duda. Pero… ay de nosotros si durante una caída de sistemas similar a la de estos días en Abanca acudimos a la oficina y quien nos atiende es un robot.
Reputación, confianza, igualdad, honestidad… los valores de la empresa sólo pueden residir en las personas y sólo las empresas con valores merecen la pena existir.
Así que, CEO’s y sus equipos optimizadores, reductores, concentradores, fans del ERE a saco. Un humilde  becario les recomienda: cuando lancen sus planes de patada en culo ajeno y bonus en bolsillo propio acuérdense cinco minutillos de esos dos días en que trabajadoras y trabajadores mantuvieron su oficina en pie.

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