¿QUÉ ES LA VERDAD?
¿QUÉ ES LA VERDAD? O
LA COMUNICACIÓN PATAS ARRIBA
¿En qué manos está la comunicación? ¿Quién nos miente y quién nos dice la verdad? ¿Cómo y dónde nos informamos? ¿Cómo creamos nuestra opinión respecto a un asunto? ¿Existe la información “no patrocinada”, independiente, veraz, desinteresada (política y económicamente hablando)?
Tras el reciente atentado en Las Vegas “Tanto Facebook como Twitter promovieron noticias falsas que afirmaban
que el autor del tiroteo que ha matado a 59 personas en Las Vegas
era un demócrata anti-Trump.” (http://www.eldiario.es/theguardian/Facebook-Google-difundieron-politizadas-Vegas_0_693281392.html)
Más de lo mismo: “En el
Safety Check de Las Vegas apareció un artículo relacionado de un blog
llamado Alt-Right News. En general esto no sería mayor problema, excepto que la
noticia en cuestión estaba divulgando noticias falsas sobre una persona
supuestamente sospechosa y asociada al atentado”. (https://www.fayerwayer.com/2017/10/el-safety-check-de-facebook-de-matanza-de-las-vegas-desplego-articulos-con-noticias-falsas/)
Si parece probado que Trump se benefició de una inversión
rusa de más de 10 millones de euros en noticias falsas que beneficiaron su
acceso a la Casa Blanca (no he oído decir a Mark Zuckerberg que va a donar ese
dinero a programas sociales, por ejemplo) no parece descabellado pensar que ha
decidido utilizar la misma táctica para no verse perjudicado por la enésima
masacre terrorista “de origen interno”.
¿Cuánto dinero ingresó la ANR en las cuentas del Partido
Republicano para sostener la campaña presidencial de Trump?
No hace falta irse tan lejos.
Si tienen memoria encontrarán paralelismos entre esta
noticia y la gestión de la comunicación por parte del Gobierno de España, post
11-M.
Las redes sociales masivas tienen una responsabilidad,
puesto que cobran por sus servicios de difusión promocionada y tienen una
capacidad de influencia creciente, hasta el punto de decidir un gobierno. Hasta
el punto, como dice Enrique Dans, de sentar a un idiota en la Casa Blanca.
Pero con las redes sociales no basta. Es necesaria una masa
humana, una audiencia, lo suficientemente grande (e igualmente idiotizada)
influenciable, sin criterio ni capacidad de discernir, ergo manipulable.
Cargarse la filosofía de los planes de estudio en sólo una manera de conseguir
esa masa.
Y bien, pregunta del millón ¿formamos parte de esa masa?
El detalle de qué y cómo recibimos la comunicación no es
asunto sin importancia. Tampoco lo es el grado de tolerancia y aceptación de lo
comunicado, ni el espíritu crítico de la persona, en su momento íntimo de
formarse una opinión.
En primer lugar, estamos acostumbrados a informarnos
exclusivamente en aquéllos medios que nos son afines ideológicamente, porque
buscamos las informaciones que corresponden con nuestra manera de pensar, para
reafirmarnos.
Al mismo tiempo, la información que recibimos en social media,
proviene en gran medida de público con afinidades, gustos y pensamientos
acordes con los propios.
Y si buscamos pensamientos ajenos, lo es sólo para
despedazarlos a ritmo de zasca en 140 caracteres (zasca previamente obtenido de
una fuente afín).
Difícil así alimentar un espíritu crítico.
No hablemos ya de la propiedad de los medios de producción
de información, de su concentración accionarial, o de su sumisión a los poderes
de los gobiernos y las marcas que les proporcionan una sostenibilidad
artificial contra natura en base a publicidad y contenido “patrocinado”.
Y para qué comentar la manipulación de los medios públicos, denunciada
por los propios empleados, no en uno ni dos medios, que es tan evidente para
una minoría de población, pero que a la vez pasa inadvertida para inmensas
masas de votantes con altas capacidades de autosugestión y bajas habilidades
intelectuales.
Llegados a este punto conviene preguntarse qué es la Verdad.
¿Quién la posee? ¿Quién la distribuye? ¿Existe?
¿Quimérica? Por supuesto.
Cada vez que consumimos,
participamos y compartimos una noticia adecuada a nuestro pensamiento, por muy
manifiestamente inexacta que sea, nos estamos dañando a nosotros mismos y a
nuestra capacidad de discernir. Sin espíritu crítico nos aborregamos.
Por poner un ejemplo, ¿cuántas verdades hay en un campo de
fútbol cuando el árbitro pita un penalti? Al menos siempre dos, pero si nos
ponemos a escuchar a cada aficionado, emisora de radio, televisión, etc., y por
muchas cámaras de televisión que haya y muchas tomas desde todos los ángulos,
podremos obtener tantas verdades como espectadores.
Si en este ejemplo balompédico simplón nos damos cuenta de
la diversidad de la verdad como elemento opinable, ¿qué no deberíamos pensar de
fotografías, grabaciones, opiniones y testimonios realizados a cientos de
kilómetros, cuando además las consumimos en un estado de ánimo enaltecido?
Digo esto porque cuando criticamos una postura y tomamos la
nuestra por inalterable, por muy noble que sea nuestro propósito, estamos
imitando la actitud del opuesto.
La verdad es maleable, interpretable, a nadie pertenece ni
nadie es infalible es su exposición. ¿Por qué elegimos una y la tomamos como
bandera contra viento y marea?
Mi respuesta sólo puede ser: tememos a la duda, necesitamos
certezas.
El miedo, de nuevo, esa enfermedad invalidante.
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