LA TENGO MUY GRANDE
La lista de fracasos.Claro que como diría mi tocayo, todo es relativo. Mi fracaso más traumático es posible que sea una anécdota al lado de los naufragios de otra persona. Al contrario, suicidas habrá en el mundo cuyas razones pudieran parecernos tan livianas que su decisión se nos antoje locura.
En resumen, cada uno sufre el
dolor según su rango de tolerancia al mismo. Rango que tampoco es inmóvil. Lo
que en una etapa de tu vida podía superarse con una noche de sueño, en otra
época es posible que produzca noches y noches de insomnio.
En mi esfera personal he tenido
una buena cantidad de fracasos. No me quejo, los he sabido gestionar y, todos
sumados, pesan infinito menos que mis dos mayores éxitos. Pero mi vida personal
es tan anodina que hasta los americanos han dejado de espiarme por mucho que
cierre todos mis e-mails con “Trump, capullo”.
Así que hablaré de lo grande que
la tengo. La lista de fracasos profesionales (y prometo no repetir el chiste
“esteso-pajariano”).
La primera reflexión (después de
la obviedad sobre lo relativo del fracaso) es que a todos nos gustaría
evitarlos, y sin embargo cada uno de ellos, al menos los más significativos, se
convierten en verdaderos Máster.
Empezar reconociendo el fracaso
es la mejor manera de sacarle partido. Un amigo me contaba cómo él y su jefe
(con el beneplácito del jefe del jefe) dedicaban una semana al mes a maquillar
los resultados comerciales para que el resultado que se presentaba a la
dirección de la compañía ofreciera siempre un resultado de crecimiento entre el
18 y el 22%.
Ya se sabe que las estadísticas
son maleables e interpretables. Y si presentan tensiones, eliminamos
extraordinarios del año pasado y dejamos los de este año. Así siempre crecemos…
Engañarse y engañar no tiene
mucho sentido, pero el maquillaje es mucho más frecuentemente aceptado de lo
que podría imaginarse. Este tipo de engaño vive en los dominios de la
autocomplacencia y de los departamentos de comunicación y marketing, en
connivencia con la dirección general y
en beneficio de la tranquilidad de los accionistas.
Cualquier presentación de
resultados trimestral de un banco puede ser buena prueba de los renglones
anteriores.
Si no se reconoce, el fracaso se
perpetúa y se enquista como un callo sin tratar en la planta del pie.
Con las campañas de marketing
resulta algo parecido. Raramente he escuchado a nadie decir “no ha funcionado”.
En lugar de eso, solemos escudarnos en cualquier tipo de excusa: desde el jefe
nos cambió la creatividad (de esto ya hablaremos) hasta la reducción del
presupuesto, o, más friki aún, la incomprensión del público destinatario, la
crisis, o el Pisuerga a su paso por Valladolid.
Si algo he aprendido en años de
trabajo en el apasionante mundo del marketing es que es mucho más fácil fallar
que acertar. La ciencia del marketing es tan incierta como emocionante. Ahí
tienen un caldo de cultivo perfecto para la multitud de gurús que en este mundo
campan a sus anchas, cada uno con su pócima mágica que todo lo cura y que
garantiza el éxito en cinco sencillos pasos.
En contraposición a ellos,
afortunadamente, contamos también con un buen puñado de profesionales con P
mayúscula, como Gorka Garmendia, que desde la honestidad defienden una
profesión hecha de algunos éxitos y muchos palos de ciego.
Uno de los fracasos más
decepcionantes ocurre cuando la campaña, ya producida, se tira a la basura. Me
ha ocurrido dos veces en dos organizaciones distintas y por motivos también
dispares. En una, el ego de un directivo tiró a la basura muchos miles de
euros: habíamos introducido un cambio (una mejora indudable) sin su
conocimiento. En la otra, fue un caso de paradójica autocensura. Una entidad
que tiene miedo de sí misma es una organización enferma. ¿Se imaginan que el
cuerpo de la serpiente tema a su propia cabeza?
No sacar la campaña a la calle,
es, sin duda, un fracaso (de venta interna, para empezar).
En esta aventura del marketing
tan malo es quedarse corto como exagerar en la promesa de valor. Fracasé con
campañas en las que la recompensa era tan buena que la hacía increíble a ojos
del cliente, poco acostumbrado a que mi empresa, por aquél entonces, ofreciera
buenos productos a sus clientes.
Paradojas del marketing: una
campaña demasiado exitosa dio con mis huesos en la cola del SEPE después de más
de veinte años de carrera. Acababa de estrenarme en una empresa y ansiedad por
producir y demostrar me llevó a un error de cálculo que se saldó con un
indudable quebranto (de una confianza que nunca tuve, fundamentalmente).
A la calle me fui, mucho más
sabio y útil que a la salida de la escuela de negocios. Pero a la calle al fin
y al cabo.
De cada fracaso aprendí. De los
éxitos (por fortuna son muchos, también) ya hablaré otro día, pero reconozco
que poco me enseñaron y ninguna recompensa me reportaron.
Como incorregible aragonés,
volveré a cometer errores, pero estoy seguro que serán otros. Y volveré a
reconocerlos, con la misma honestidad y humildad con la que envié un currículum
entre tres mil, a un apartado de correos en Madrid, en el año 1994. El
currículum que me proporcionó mi primera oportunidad laboral seria.
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